La comunidad científica vuelve a centrar su atención en K2-18b tras detectar posibles rastros de actividad biológica en su atmósfera.
El descubrimiento de vida más allá de la Tierra representa uno de los deseos más profundos de la humanidad, si no el que más. No solo nos permitiría responder a la filosófica pregunta de si estamos solos en el Universo, sino que también nos ayudaría a comprender mejor los procesos biológicos que han dado forma a la vida en nuestro propio planeta a lo largo de miles de millones de años.
Este año justo se cumplen 30 años desde que se descubrió el primer mundo fuera del Sistema Solar, denominado 51 Pegasi b. Desde aquel hito en 1995, pese a que los astrónomos han confirmado la existencia de más de 5 900 exoplanetas, ninguno de ellos parece ser realmente habitable ni ha mostrado señales inequívocas de vida. La verdadera dificultad de esta búsqueda reside, precisamente, en identificar las condiciones exactas que permitirían el surgimiento y mantenimiento de la vida tal como la conocemos.
Dos conceptos fundamentales con los que se trabaja en Astrobiología, la ciencia que estudia el origen, evolución y posibilidad de vida en el Universo, son la zona de habitabilidad y las biofirmas o biomarcadores. Por un lado, se llama zona de habitabilidad a la región alrededor de una estrella en la que el flujo de radiación incidente permitiría la presencia de agua en estado líquido sobre la superficie de planetas (o satélites) rocosos que se encuentren dentro de ella. Dicha región se delimita en función de los puntos de fusión y ebullición del agua y otras sustancias, la luminosidad, temperatura y edad de la estrella o incluso por la cantidad de radiación ultravioleta tolerable para el ADN. Aunque también deben considerarse otros parámetros propios del planeta, como su excentricidad orbital, el ritmo de rotación intrínseca, la composición y densidad de su atmósfera o la existencia de fuentes de calor adicionales a la radiación estelar, que pueden ampliar o restringir el margen de habitabilidad.

A su vez, un biomarcador o biofirma se define como un objeto, compuesto químico o patrón cuyo origen solo puede explicarse por la existencia de vida. Estos indicadores nos revelan actividad biológica. Las moléculas asociadas a procesos metabólicos, es decir, reacciones químicas que permiten a los seres vivos mantenerse, reproducirse y evolucionar, pueden detectarse a través de su interacción con el medio. Si un planeta alberga vida, las reacciones metabólicas de los organismos alterarán la composición de su atmósfera. Por ello, la búsqueda de vida está enfocada en caracterizar las atmósferas de los exoplanetas mediante técnicas de espectroscopía, que miden las líneas de absorción características de las moléculas presentes en la atmósfera del exoplaneta cuando este transita frente a su estrella. Estas mediciones permiten a los científicos analizar la composición atmosférica y su posible relación con procesos biológicos a miles de años luz de la Tierra.
El exoplaneta del que todos hablan
El telescopio espacial Kepler de la NASA, diseñado para la búsqueda de planetas extrasolares, descubrió en 2015 al exoplaneta K2-18b. Este se sitúa a 124 años luz de la Tierra, en la constelación de Leo, y orbita una estrella enana roja dentro de la zona de habitabilidad. El planeta tiene una masa 10 – 7 veces mayor que la de la Tierra y aproximadamente el doble de radio. Tras su detección, los estudios de su atmósfera sugieren que K2-18b se trata de un tipo de planeta que no existe en el Sistema Solar: un mundo cubierto por océanos en su superficie y con una atmósfera rica en hidrógeno, clasificado por los científicos como planeta hicéano.

El análisis del espectro de la atmósfera de K2-18b con espectrógrafos que operan en el rango infrarrojo a bordo de los telescopios espaciales Hubble y JWST, ha permitido descartar la presencia significativa de vapor de agua (H2O), así como medir una abundancia clara de metano (CH4) y dióxido de carbono (CO2). También se ha estimado la temperatura media en el planeta de entre -8 y 5 ºC, un rango compatible con las predicciones para un planeta hicéano. Dicha ausencia de H2O puede explicarse a que se condensa formando nubes en capas más profundas de la atmósfera. Sin embargo, aún no se ha medido el albedo del planeta debido a estas nubes, que es determinante para saber si las condiciones de temperatura en la superficie permitirían la existencia de agua líquida.
La presencia de moléculas que contienen carbono es un indicio prometedor, puesto que la vida en la Tierra está basada en la química orgánica. Sin embargo, compuestos como el CH4 y el CO2, pese a ser productos del metabolismo de muchos seres vivos, también pueden generarse en grandes cantidades mediante diversos procesos abióticos y no se consideran biomarcadores concluyentes en exoplanetas. Más complicado resulta explicar la presencia de sulfuro de dimetilo (DMS) y disulfuro de dimetilo (DMDS). Estas moléculas se obtienen principalmente a partir del metabolismo de bacterias y microorganismos fotosintéticos, como el fitoplancton marino. Dado que el DMS es el compuesto biológico de azufre más abundante que se libera a la atmósfera terrestre, podría considerarse un biomarcador fiable. Al menos, así lo plantean los autores del estudio [3] que, en 2023, detectaron por primera vez esta molécula en la atmósfera de K2-18b. Hasta este mismo año que, al reforzar la solidez de sus resultados con nuevas observaciones con el instrumento MIRI del JWST [2], se reavivó el debate científico y mediático sobre la posibilidad de haber encontrado pruebas de vida extraterrestre.

No obstante, en Ciencia, los hallazgos deben estar respaldados por un alto nivel de confianza estadística para ser considerados verdaderos y especialmente cuando se trata de encontrar vida fuera de la Tierra. En este caso, los propios autores del trabajo reconocen que aún es pronto para sacar conclusiones firmes, ya que las mediciones actuales siguen siendo insuficientes y, además, las señales espectrales atribuidas al DMS podrían confundirse con otras moléculas que no hayan sido contempladas en su análisis. A ello se suma que estudios recientes han demostrado la generación abiótica de DMS en entornos tan inertes como nebulosas [5] o en la cola de cometas [1]. Aparte, se ha logrado producir este compuesto a través de reacciones fotoquímicas en condiciones atmosféricas reproducidas en laboratorio [4], sin la intervención de ningún organismo vivo.
Por ahora, debemos mantener cautela y esperar a que futuras observaciones arrojen pruebas más concluyentes a favor o en contra de la habitabilidad de K2-18b. Aunque, quién sabe, quizá la vida más allá de la Tierra ya esté desarrollándose en algún rincón del Sistema Solar.
Graduado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid).
Referencias:
[1] Fayolle, E. C., Öberg, K. I., Jørgensen, J. K. et al. 2017, NatAs, 1, 703.
[2] Madhusudhan, N., Constantinou, S., Holmberg, M. et al. 2025, ApJL, 983, L40.
[3] Madhusudhan, N., Sarkar, S., Constantinou, S. et al. 2023, ApJL, 956, L13.
[4] Reed, N. W., Shearer, R. L., McGlynn, S. E. et al 2024, ApJL, 973, L38.
[5] Sanz-Novo, M., Rivilla, V. M., Endres, C. P. et al 2025, ApJL, 980, L37.
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