Introducción
No huele, no se ve y no se nota. Pero está ahí, bajo nuestros pies, y puede colarse silenciosamente en nuestras casas, colegios u oficinas. Hablamos del radón, un gas radiactivo natural que, en concentraciones elevadas y exposición prolongada, puede afectar gravemente a la salud.
Desde hace algunos años, el radón ha pasado del ámbito exclusivamente científico a ocupar un lugar destacado en la agenda reguladora. Hoy, existe legislación clara, exigencias técnicas en la edificación y un marco de normalización que aporta criterios homogéneos para medir y actuar. España ya cuenta con normas UNE específicas sobre radón, desarrolladas con participación técnica y consenso en el seno de la Asociación Española de Normalización, UNE.
Este artículo repasa qué es el radón, cómo se regula y cómo las normas UNE ofrecen herramientas concretas para los profesionales, usuarios y legisladores que deben enfrentarse a este reto técnico y social.
¿Qué es el radón y por qué luchamos?
El radón-222 es un gas noble radiactivo que se genera de forma natural en suelos y rocas por la desintegración del uranio-238. Al ser gaseoso, puede emigrar hacia la superficie y, si encuentra una vía, penetrar en los edificios a través de grietas, suelos porosos, conducciones o sótanos mal ventilados.
Este gas se desintegra emitiendo partículas alfa, que pueden quedar atrapadas en los pulmones si se inhalan, dañando las células y aumentando el riesgo de cáncer de pulmón. Según el Ministerio de Sanidad, en su informe publicado en 2021, si bien la mortalidad por cáncer de pulmón atribuible al radón residencial en España es globalmente baja, se estima que el radón participa en un 3,8% de todas las muertes por cáncer de pulmón a nivel nacional, pudiendo llegar en algunas Comunidades Autónomas, como Galicia y Extremadura, al 7%. Además, estudios de otros países arrojan datos aún más preocupantes, con una mortalidad por cáncer de pulmón atribuible al radón de hasta el 25%, convirtiéndose en la segunda causa de mortalidad por cáncer de pulmón en dichos lugares.
Estos datos constituyen razones más que suficientes para preocuparnos y luchar por controlar el radón, encontrando técnicas y procedimientos y articulando leyes y normas adecuados de medición, evaluación, mitigación y actuación.
¿Cómo lo combatimos?
La respuesta institucional frente al radón parte, a nivel europeo, de la Directiva 2013/59/Euratom, del Consejo Europeo, que establece normas básicas de seguridad para proteger frente a radiaciones ionizantes. En su artículo 54, exige a los Estados miembros que establezcan referencia para las concentraciones de radón en recintos cerrados en lugares de trabajo, en el artículo 74, exige establecer referencias para concentraciones en recintos cerrados. En ambos casos no se debe superar los 300 Bq m3. Finalmente, en su artículo 103, obliga a que los estados miembros adopten planes de acción para el radón para hacer frente a los riesgos debidos a las exposiciones de radón.
Por su parte, en España, en respuesta a la directiva anterior, se publicó el Real Decreto 732/2019, que modifica el Código Técnico de la Edificación (CTE), introduciendo el nuevo Documento Básico HS6: Protección frente a la exposición al radón. La guía titulada: “Rehabilitación frente al radón” (septiembre 2020), ayuda a proyectistas y usuarios de edificios, en la puesta en marcha de las medidas preventivas que aparecen en el CTE.
Igualmente, se publicó el Real Decreto 1029/2022, que aprueba el nuevo Reglamento sobre protección sanitaria contra radiaciones ionizantes (RPSRI), y desarrolla medidas concretas para entornos laborales.
Finalmente, en 2024, y tal como se recoge en el RD anterior, se define el Plan Nacional contra el Radón, con el objetivo múltiple de conocer la magnitud del problema, reducir las concentraciones y exposiciones al radón y potenciar la concienciación de todos los agentes implicados.
El papel de la normalización en la lucha contra el radón
Ya tenemos una legislación cuyo objetivo es proteger contra la exposición al radón y limitar las concentraciones tanto en los edificios como en los lugares de trabajo. Pero ¿qué hacemos con aquellos lugares en los que va a haber concentraciones mayores? ¿cómo nos aseguramos de que los nuevos proyectos de construcción implementan las medidas de prevención previstas? ¿y de que estas funcionan? Y cuando medimos,¿Cómo nos aseguramos de que estamos midiendo correctamente? ¿Cuál es la medida que nos asegura reducir los riesgos? Y ¿Qué equipos miden mejor? ¿cómo podemos estar seguros de todo esto y dormir tranquilos sabiendo que realmente controlamos la radiación?
Este es el momento dónde necesitamos a expertos, expertos en múltiples áreas. Expertos que sepan que materiales se puede emplear para construir y en qué cantidades, expertos que nos digan que lugares son más susceptibles de ser peligrosos, expertos que nos asesoren sobre cómo implementar las medidas de prevención, sobre cómo evaluar los riesgos, sobre como medir las concentraciones. Expertos que fabriquen y calibren equipos de medición fiables.
En este sentido, los comités de normalización se convierten en un marco idóneo para esta labor. Un marco que aglutina a todos los agentes involucrados el ciclo de vida del radón, un contexto de debate y consenso, donde se plasma todo el conocimiento adquirido hasta el momento actual, donde se debaten las formas de poner dicho conocimiento en práctica y dónde se articulan los mecanismos y procedimientos para hacerlo. De este conocimiento global, en el que intervienen expertos nacionales e internacionales, surgen normas que permiten establecer consensos para señalizar las zonas de exposición, como la Norma UNE 73001:2023, que permiten caracterizar los instrumentos de medida del radón y de los productos de desintegración del radón, como la serie de Normas UNE-EN 61577, que describen los distintos métodos de medición integral, puntual o continua, como la serie de Normas UNE-EN ISO 11665, o que especifican métodos de ensayo para determinar la calidad del agua, como la serie de Normas UNE-EN ISO 13164.
Es posible tener un conocimiento riguroso de los principios que rigen la actividad, propagación y efectos de la exposición al radón. Es probable que la legislación aproxime, de modo razonablemente acertado, medidas preventivas o de mitigación del riesgo. Sin embargo, se antoja muy complicada una lucha eficaz contra el radón y sus consecuencias sin la existencia, tanto de foros de discusión, colaboración y transmisión de conocimiento, como de los resultados que, de la actividad de dichos foros, se derivan. Y estos foros y sus resultados tienen, indudablemente, una correspondencia directa con lo que sucede diariamente en los comités de normalización y las normas en las que trabajan.
Construyendo un futuro con el radón a raya
De las líneas anteriores se puede deducir que ya hay mucho camino hecho. Se han librado muchas batallas para lograr el control del radón, y ya se cuenta con algunas victorias. Sabemos sus orígenes, sus modos de comportamiento, sus efectos, como medirlo, cuando es peligroso y cuando no y, sobre todo, cómo combatirlo.
Sin embargo, aún quedan retos por delante hasta poder decir que se ha vencido en la guerra contra el radón. Es necesario aplicar todo el conocimiento que se ha generado y, lo más importante, es necesario concienciar a todos los agentes involucrados, desde constructores a instaladores, desde trabajadores hasta empresas, desde usuarios hasta legisladores, para incorporar dicho conocimiento en la práctica habitual de cada una de sus actividades que puedan estar asociadas a exposiciones o a concentraciones de radón.
Y es aquí precisamente, en la aplicabilidad de todo lo anterior, donde la normalización se hace fuerte, donde los grupos de conocimiento compartido se hacen importantes, donde los foros en los que el consenso y la transparencia se hacen determinantes. Porque una medida de radón no es sólo un numero de bequereles arrojados por un aparato de medición. Una medida implica un aparato de medida fiable y correctamente calibrado, un mapa que nos diga donde medir, un procedimiento que nos indique como hacerlo, el conocimiento para interpretar las mediciones y tomar las medidas correctoras si fueran necesarias y, fundamentalmente, las personas que sean capaces de hacer todas y cada una de estas acciones.
Y en la normalización ya encontramos cómo señalizar, como medir, con qué medir, cómo ensayar muestras de agua, pero la normalización debe seguir siendo un arma que blandir a lo largo de toda esta guerra. Porque su trabajo y sus aportaciones van mucho más allá de los instrumentos de medida, habiendo una oportunidad enorme de avanzar en la normalización de soluciones constructivas, protocolos de intervención, formación profesional, y gestión del riesgo en el parque edificado existente. Y sí, podemos inspirarnos en lo ya normalizado en áreas como eficiencia energética, acústica, accesibilidad o calidad del aire interior.
Tenemos muchas armas en la lucha con el radón y la normalización es una de ellas.
Raúl González
Responsable del Comité UNE de Energía nuclear, tecnologías nucleares y protección radiológica (CTN-UNE 73)