Recordamos a tres científicas esenciales en el estudio del núcleo atómico: Irène Joliot-Curie, Lise Meitner y Maria Goeppert-Mayer.
Aún hoy día, la presencia de mujeres en la ciencia sigue siendo desigual con respecto a sus compañeros hombres. Según un estudio de la UNESCO de 2021, solo alrededor del 30% de los investigadores en el mundo son mujeres. Además señala que, en algunas disciplinas como la ingeniería e informática, el porcentaje de participación de las mujeres es aún menor. Es paradójico cómo, en sociedades que supuestamente han reconocido que el género no influye en las aptitudes científicas de una persona, esto siga ocurriendo.
Los estereotipos de género todavía persisten y es una de las razones por la que muchas carreras de científicas brillantes se ven frustradas o directamente haga que niñas y jóvenes no opten por estudios en áreas STEM (Ciencia, Tecnología Ingeniería y Matemáticas, en español). Las investigadoras enfrentan obstáculos adicionales como la brecha salarial, menor visibilidad de sus publicaciones y dificultades para alcanzar puestos de liderazgo. Un claro reflejo de esta desigualdad es el bajo porcentaje de mujeres galardonadas con un Premio Nobel en ciencias (Física, Química, Medicina y Economía): apenas un 4% del total. Pero si nos centramos en el Nobel de Física, es el que muestra la mayor disparidad, con solo 5 mujeres premiadas frente a 222 hombres (~ 2.2%).

Para reconocer su impacto en la historia de la ciencia, desde el Colegio queremos recordar a tres físicas que revolucionaron la manera en que se entendía la estructura de la materia.
La primera de ellas es Irène Joliot-Curie, hija mayor de la célebre pareja de científicos Marie y Pierre Curie. Al estallar la Primera Guerra Mundial, interrumpió sus estudios en la Universidad de París para alistarse como enfermera, colaborando con su madre en el servicio de radiología móvil del ejército francés. Tras la guerra, obtuvo el doctorado en Ciencias en 1925 y trabajó como ayudante de su madre en el Instituto del Radio de París (hoy Instituto Curie), donde conoció a Frédéric Joliot, con quien se casó en 1926. Juntos hallaron cómo generar artificialmente elementos radiactivos al bombardear una muestra de aluminio con partículas alfa (núcleos de helio). Algunas de estas partículas depositaban neutrones en los átomos de aluminio, lo que provocaba su desestabilización y los convertía en isótopos radiactivos. Este descubrimiento les valió el Premio Nobel de Química en 1935.

Durante los siguientes años, muchos científicos continuaron induciendo radioactividad en diferentes elementos. Entre ellos, Lise Meitner y Otto Hahn, que colaboraron durante más de treinta años. Meitner pasó la mayor parte de su carrera en Berlín, siendo la primera mujer profesora de física en Alemania. Perdió su puesto en la universidad en la década de 1930 con la llegada del nazismo y finalmente huyó a Suecia en 1938. A distancia, siguió trabajando con Hahn y descubrieron que al bombardear el uranio con neutrones se generaban isótopos de bario. Meitner supo interpretar los resultados y llamó a este proceso fisión nuclear. En 1939, Hahn publicó el hallazgo sin incluirla, alegando que el régimen nazi no le habría dejado mencionar a una científica judía. Pese a sus contribuciones y múltiples nominaciones, Meitner fue ignorada por el comité Nobel, que solo premió a Hahn en 1944.

La ciencia siguió desarrollándose, pero aún quedaba un misterio por resolver: ¿por qué algunos isótopos con cierto número de neutrones eran más estables que otros independientemente del elemento que fuera? La solución parecía estar en el comportamiento cuántico del núcleo, pero todas las propuestas fracasaban. Hasta que, en la década de 1950, la física teórica Maria Goeppert-Mayer presentó el modelo de capas nuclear. Este modelo introdujo el acoplamiento espín-órbita a los nucleones (protones y neutrones) del átomo. Teniendo en cuenta este efecto y el principio de exclusión de Pauli, fue capaz explicar la estructura nuclear en términos de niveles de energía. Paralelamente, los investigadores Hans Jensen y Paul Wigner, desarrollaron la misma teoría, aunque publicaron su trabajo dos meses después. Goeppert-Mayer, al enterarse, pidió retrasar su publicación para que ambos trabajos salieran a la vez. Gracias a este gesto, los tres compartieron el Premio Nobel de Física en 1963.
Estas tres historias nos demuestran cómo muchos avances científicos deben su origen al trabajo de mujeres. Sus contribuciones fueron invisibilizadas por las instituciones académicas de la época e incluso en ocasiones por sus propios compañeros, que impulsados por egoísmo o miedo a que su prestigio se viera afectado, se llevaron todo el mérito. Afortunadamente, en la actualidad se ha avanzado mucho por lograr la igualdad y esto es más difícil que ocurra. Sin embargo, no hay que dejar de dar relevancia a los sesgos de género que arrastramos para corregirlos. Así como divulgar las aportaciones de mujeres a la ciencia, para que las niñas cuenten con referentes y modelos a seguir que las inspiren a estudiar en campos científicos.
Fuentes
- Informe de la UNESCO (2021): Porcentaje de mujeres en el número total de investigadores de los países del G20 en el periodo 1996 – 2018 (https://www.unesco.org/reports/science/2021/es/dataviz/women-share).
- Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades: Estadística e informes (https://www.ciencia.gob.es/Secc-Servicios/Igualdad/Estadisticas-e-informes.html).
- Artículo en Statista (2021): ¿Cuántas mujeres recibieron un Premio Nobel? (https://es.statista.com/grafico/25944/numero-de-mujeres-y-hombres-galardonados-con-el-premio-nobel/).
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